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Crónicas y series fotográficas de José Alexander Bustamante

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10.30.2010

Caracas, Calcuta (y no París, Texas)



El ruido crece a mil motores por oído,
A mil autos por pie, todos mortales.
Los hombres corren detrás de sus voces
Pero las voces van a la deriva
Detrás de los taxis.
Más lejana que Tebas, Troya, Nínive
Y los fragmentos de sus sueños,
Caracas, ¿dónde estuvo?...
Eugenio Montejo

Después de la lluvia repentina del mediodía, fuimos caminando hasta el estadio Olímpico de la Universidad Central de Venezuela, UCV, allí el DT Noel “Chita” San Vicente estaba dando una “clínica” de fútbol para jóvenes no profesionales, tanto hombres como mujeres.
            Junto con Daniel Albornoz, profesor de la escuela de Letras de la Universidad de Los Andes ULA, comentábamos la injustica deportiva que sufrió esa ciudad al dejarle un solo juego de la Copa América celebrada en Venezuela, precisamente el encuentro menos importante de todo torneo: el tercer puesto.
            Sin muchos trámites llegamos hasta el césped donde un puñado de gente rodeaba al ex jugador y ahora técnico del Real Sport, uno de esos equipos fantasmas de nuestra liga,  escuchaban con detenimiento algunas instrucciones y de lo que consistiría la jordana de aquella tarde sin sol y fresca.
            El Olímpico, como todo estadio, es mucho más pequeño en la realidad que en la virtualidad de la televisión, sin embargo, las montañas al fondo y los edificios que se ven, dan la sensación de estar en medio una ciudad importante y bonita, todos los elementos de una postal, que postal al fin, reproduce una imagen que sólo existe dentro del marco gráfico.

           
             Nos sentamos en el banco de suplentes y desde ese lugar miramos la práctica, se escuchaban los gritos de San Vicente y sus manos levantadas, a modo de regaño, a modo de indicaciones, que los jóvenes obedecían con disciplina.
             La práctica, aburrida para quienes no forman parte de ella, nos motivó a abandonar el estadio y volver al Seminario de Políticas Editoriales que organizaba la Escuela de Letras de la UCV. Muy cerca de allí, en las afueras del estadio de beisbol, muchos toldos se preparaban para vender entradas, cerveza y suvenires, en una pasión equivalente al fútbol en otros lados.
            La larga caminata nos llevaba a otras reflexiones, a manera de chiste, decía que cuando en Caracas llovía se parecía a Calcula, nada funcionaba bien, y desde ahí comenzamos a deshilachar la pobre calidad de vida de la capital venezolana, “se le salen las costuras” apuntó Albornoz.
            Le dije que era la máxima expresión del tercer mundo, que es difícil que alguien tome como opción de visita a una ciudad que con sólo con caminarla, la sensación de inseguridad que se siente, provoca salir corriendo, a la lista le agregamos el mal estado de las calles, la multitud de gente en el metro, las largas hileras de carros, el irrespeto mutuo entre automóviles y peatones, el ruido de las bocinas, los vendedores ambulantes, la ausencia de policías en las calles, la basura acumulada; una vergüenza urbanística y cultural, y para colmo el centro del deterioro del país, que como es de pensar, se irradia como modelo a seguir. Una ciudad que convirtió el centro comercial en su lugar preferido de esparcimiento, es digna de una reflexión sociológica.
            Caracas tiene aires a Calcuta[1], no por la cercanía fonética -como Paris, Texas[2]-, sino por la conexión social: la pobreza en todas sus representaciones, el coas y el desorden urbano, los valores ciudadanos, es La ciudad de la alegría (1985) de Dominique Lapierre[3], titulo cargado de un juego paródico e irónico, aunque tenga una lectura romántica y hollywoodense.
Parafraseando a Gonzalo Fragui en su poema Carta de Antonio Mora del poemario  Palabra Prometida (1997): por allá, salvo el amor, la salud, la calles, el Ávila y el dinero, en Caracas/Calcuta, todo bien. Que nadie se sienta ofendido.Veremos qué pasa.

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[1] En Calcuta viven más unos veinte millones de habitantes, Caracas, apenas llega a siete.
[2] Desde la noción de la memoria provocada por la amnesia el film Paris, Texas (Wenders, 1984) es un largo camino por el reencuentro de los seres separados por los infortunios de la vida.
[3] Adaptada por Joffé  en 1992, el mismo  de Los gritos del silencio(1984) y  La misión (1986).

10.20.2010

El triste que lo contamina todo





Gentiliza de Diomedes Cordero, al compartir el artículo publicado el 17 de este mes por el reconocido escritor español Javier Marias, en su habitual espacio Zona Fantasma del diario El país de Madrid:
“El librero Antonio Méndez me lo venía reclamando desde hacía ya semanas, lo mismo que su joven hijo Borja. Les contesté: “Hombre, aún es pronto, acaba de iniciarse la temporada”. Mis compañeros de la Academia José Manuel Sánchez Ron y Luis Mateo Díez, caballeros ponderados, se dividieron: el segundo me recomendó paciencia; el primero, tras dudar, se decidió a animarme: “Sí, quizá ya es hora”. La verdad es que abrigaba la esperanza de llegar por lo menos hasta la mitad de la Liga sin tener que escribir este artículo. Incluso deseaba –contra todo pronóstico– no escribirlo en absoluto, pese a que anuncié aquí mismo hace unos meses, cuando todavía no se había materializado la amenaza, que, si se consumaba, me costaría seguir siendo del Real Madrid este curso, tras mi fidelidad desde los siete años. La razón de mis dudas tenía nombre: José Mourinho, el prototipo de entrenador que no soporto y el más antimadridista de todos los imaginables. En las últimas campañas he ido contra sus equipos, y para ello he debido violentarme un poco en un caso, nada en el otro. El Chelsea era, de toda la vida, mi club inglés favorito, por mis afinidades con el barrio de Londres al que representa. Al comprarlo el magnate ruso Abrámovich y convertirlo en una empresa que destacaba sólo a golpe de talonario, mis simpatías empezaron a decaer, pero se las mantenía. Cuando adquirió como “cerebro” a Mourinho, y en consecuencia desplegó un juego feo, rácano y soporífero, se me agotó la reserva. Al Inter de Milán, en cambio, le profesaba antipatía desde que, en 1964, fue el causante indirecto de la salida del Real Madrid de Di Stéfano. Hoy en día, además, no me gusta que no alinee a un solo jugador italiano en sus filas. Siempre he creído que los equipos deben ser un poco de sus ciudades, o por lo menos de sus países.
Pero claro, la violencia a que hube de someterme para no ir con el Chelsea no es nada comparada con la que tendría que hacerme para ir contra el Madrid: un imposible y un absurdo. Y sin embargo ha bastado un mes de competición (seis partidos de Liga y dos de Copa de Europa) para saturarme, y creo reflejar el sentimiento de muchísimos merengues. Salvo contra el depauperado Dépor, el juego ha sido espantoso. Insustancial, vulgar, torpón, aburrido, sin apenas marcarse goles y con el único mérito (propio de las escuadras medrosas y conservadoras) de no recibirlos. El defensa Carvalho, mano derecha de Mourinho, ha dicho bien clara la tontería: “Es más importante no sufrir ningún gol que meter cuatro”. Ni siquiera saben de números: un equipo que empatara a cero sus treinta y ocho partidos de Liga quedaría imbatido, sí, pero descendería a Segunda, con tan sólo treinta y ocho puntos. Mourinho vino con la fama de que motivaba mucho a los jugadores, los liberaba de presión y daba la cara por ellos. De que les era enormemente leal, cargaba con las responsabilidades y jamás los culpaba. Hasta la fecha ha sido todo lo contrario: tras varios encuentros, manifestó que a Xabi Alonso “no lo he visto jugar todavía”; criticó por omisión a Ramos; confió en la “inteligencia” de Benzema, una manera de insinuar que aún no se la había notado; menospreció a Pedro León y de paso al Getafe. Dudó de la honradez del Sporting de Gijón y rebajó los merecimientos del Barça. Cuando las cosas van mal, se comporta como si no fueran con él. Su actitud es de permanente desprecio hacia cuanto ve u oye. Como se sabe espiado por las cámaras, actúa como un mal actor incesantemente: cuando estampa una botella contra el banquillo, se ve que el gesto no le ha salido de dentro, sino que es una pantomima estudiada, quién sabe si ensayada en casa ante el espejo.


Pero, sobre todo, es triste, casi cenizo. Estamos acostumbrados a que los tremendos horteras de nuestras televisiones califiquen de “glamuroso” a cualquier individuo o individua pedestres y más bien dignos de lástima. Aparte de espúreo y erróneo, es un adjetivo devaluado. Que se pueda considerar “glamuroso” a Mourinho rebasa los límites de mi comprensión. Un hombre con un sempiterno gesto agrio y un injustificado desdén en la mirada; de una personalidad tan gris como sus feos trajes (en España se cree, extrañamente, que mostrarse avinagrado equivale a poseer una “personalidad fuerte”); que ansía la notoriedad y se complace en ella como si fuera un acomplejado o el jurado malasombra de todo concurso televisivo. Todo eso hace de él una figura deprimente y triste y poco inteligente, y lo peor es que esos atributos se los contagia a los jugadores. El Madrid ha sido siempre un equipo alegre: atacante, generoso y al que nunca le ha bastado ganar (a Beenhakker, Capello y Schuster no les bastó para conservar el puesto), sino que ha procurado brindar un fútbol deslumbrante y divertido. Sus representantes han solido ser personas más bien afables y educadas (Molowny, Valdano, Del Bosque), y los patanes nunca fueron en él bien recibidos. Es inexplicable que Florentino Pérez haya creído que un engreído sombrío como Mourinho, ninguno de cuyos equipos ha causado admiración, podía ser el rostro de su club, que es el mío. Da pena ver a Valdano hablar tras cada tedioso partido, con cara de circunstancias y verbo dubitativo, como si tuviera plena conciencia del gravísimo error cometido. Antes de su contratación, un 80% de madridistas expresaron su oposición a Mourinho. De seis partidos, el equipo lleva ya dos sin marcar, y ante rivales muy menores. Y en Chamartín casi no ha habido tarde en la que no se oyeran abucheos. La tristeza de Mourinho lo contamina todo, hasta las gradas”. 
Veremos qué pasa.


10.08.2010

Bajo el sol de Yucatán

Salvo el aire, todo en Cancún tiene su precio. Motivado por la curiosidad, en un mapa para turistas, solo en la zona hotelera conté más de 50 hoteles cinco estrellas, a lo que habría que agregar la cantidad de lugares de mayor confort en la zona de la Riviera Maya, a eso habría que añadirle la red hotelera para turismo de “bajo presupuesto” en playa del Carmen y en la propia ciudad de Cancún, donde la habitación más económica está a partir de 29 dólares.
            La noche del arribo, en la manga que une el avión con el aeropuerto, unos policías muy amables pidieron a todos los pasajeros que hiciéramos una fila y del otro costado, el equipaje de mano. Segundos después, un perro comenzó a olfatearlos buscando algún rastro de droga. Esa fue la bienvenida.
Minutos después, otra requisa al resto del equipaje antes de salir de la zona de aduana y finalmente la salida del aeropuerto y el encuentro con mi hermano Frank, su esposa y tres hijos, quienes ya llevan varios años en Canadá y que por motivos de este raro exilio político, con tinte fascista, miles de venezolanos han tenido que hacer vida y echar raíces en otras regiones del mundo[1].

           
          Todo es impecable en Cancún y cuando digo Cancún me refiero a la red turística de los estados de Quintana Roo y Yucatán. Avenidas sin huecos, caminaderías limpias, áreas verdes tipo postal, todos los servicios habidos y por haber para el disfrute de las vacaciones, todo tiene su precio en dólares. Digamos que mi presencia era más por el azar y por una invitación familiar, que por mi modesto presupuesto de viajero.
            Las playas de arenas blancas y de aguas color esmeralda, limpias, seguras, transmiten esa sensación de seguridad que nosotros los venezolanos perdimos hace años. Digamos que es un país normal,  lo que desearíamos tener.
Yucatán es una región absolutamente plana y muy caliente. Parques temáticos, paseos en barcos. Todo está hecho para el turismo, porque el turismo debe ser una política de estado, por eso se ve gente de todo el mundo, las playas de babel existen bajo el sol caliente de Yucatán.
            Junto a todo esto, el mundo prehispánico ha quedado dentro de este marco como sitios de máximo interés. Miles de personas en Chichen Itzá, cientos de visitantes en Tulum, y así sucesivamente en cada una de las ciudades mayas que han quedado como vestigios de una cultura de alcances enormes dentro de los parámetros de la producción del conocimiento del hombre.
            La masa de visitantes se cuenta por miles. Casi doscientos kilómetros a Chichen Itzá, en una autopista sin huecos ni policías acostados, es una vía que llaman “por cuota” lo que equivale a “peaje” en nuestro argot. También está la “libre” que pasa por otras poblaciones y seguramente estará en un estrado menos óptimo. La cuota corta está en 51 pesos mexicanos, y la larga en 220 (12 pesos por un dólar). Tulum a unos ochenta kilómetros, con otra vía en óptimas condiciones y libre.


        Cada lugar arqueológico tiene un costo de unos 50 pesos, en todos hay guías, seguridad, ventas de artesanías, que en el caso de Chichen Itzá están dentro de las ruinas mayas y hace que sea un factor, a mi manera de ver las cosas, de ruido visual y que distrae la atención, al borde de la saturación. Son cientos de vendedores, casi es una situación anárquica.
Más allá de eso, el recorrido a partir del templo de Cuculcán, que viene a ser la pirámide central, es una sensación de contacto cultural estremecedora, sin dejar de mencionar el observatorio y la cancha del juego de pelota, núcleo central del Popol-Vuh.
     Cuando nos acercamos a los glifos y las inscripciones en las piedras, podemos apreciar el registro de la historia maya en cada una de las figuras. Por algo es una de las maravillas del mundo. Veremos qué pasa.

                                                                                         (para Aura)


[1] Exilio no usual en nosotros, casos que eran comunes en dictaduras de Chile, Argentina o en lugares de desplazamiento como Colombia. Así son los militares, en el fondo, su espíritu es fascista.