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Crónicas y series fotográficas de José Alexander Bustamante

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8.05.2010

Los hijos del carnaval


En Pasto, Colombia, presencié un extraño carnaval. Fue enero de 1997. En una escala de un viaje por tierra a Quito observé que la gente estaba pintada de negro, de buena y mala manera.
El taxista comentaba que eran los carnavales, era día de Negros, al día siguiente –relataba con orgullo- sería día blancos: habría un desfile de cierre del carnaval y todas las personas que salieran a la calle deberían aceptar que le arrojaran cualquier cosa blanca: desde talco, cal hasta pintura.
En casa de Ramiro Román, me contaba que era parte de una tradición que venía desde la colonia. Durante dos días la sociedad se igualaba en una fiesta, los roles cambiaban, como una válvula de escape a la disparidad social. Cada comienzo de año repite en Pasto la misma ceremonia.


En 2008, en otro taxi, ahora en Río de Janeiro, veía el “Sambódromo” de esa ciudad, un espacio para el carnaval, “el más famoso y más grande del mundo” recordé el primero. Una conexión mental desde la festividad de la máscara, del rostro oculto.
Con la asignación del Mundial de 2014 y las Olimpiadas en Río dos años después, podemos concluir que Brasil despegó, - bueno ya había despagado- . Ahora sacó una ventaja de progreso inalcanzable para el resto del Latinoamérica, sin embargo, es el país con los indiciadores raciales más altos de América Latina. Los carnavales de Brasil, como todo carnaval, es una muestra de la mentalidad colonial que rige a nuestros países. Podríamos decir que en la medida que el carnaval es más importante, en la misma medida estamos en presencia de una sociedad altamente racista. Cada carnaval es un espejismo de fiesta pública. Toda máscara oculta un rostro verdadero.
            Basta recordar que antes de la era Pelé, la selección de fútbol de ese país estaba integrada por gente blanca. En adelante, el fútbol mostró una cara menos racista y tuvo que ceder a la mayoría negra que practica este deporte. Era una dinámica indetenible.
Sería una ingenuidad pensar que en Brasil los negros tienen un espacio para la conformación de su sociedad, salvo el fútbol, los altos funcionarios de toda la red social son blancos y en algunos casos mestizos, desde el presidente y todos sus ministros, salvo Gilberto Gil, llamado el Ángel Negro, músico e intelectual quien fuera Ministro de Cultura con “Lula”.


Un ejercicio de memoria es necesario: en la autopista de Rio de Janeiro a Sao Pablo están las pequeñas ciudades cercanas al gran parque industrial de ese país, es curiosos observar que al lado de los estacionamientos de las fábricas hay una suerte de garaje techado (por no llamarlo galpón) donde cientos de bicicletas cuelgan como vacas en un matadero a la espera de sus dueños. Son el transporte de la mano de obra, en su mayoría negra. De igual forma los choferes y vigilantes, los dependientes de tiendas, son todos negros. El acceso a la universidad para los negros ahora es una pelea que se libra en las altas esferas de Brasilia.
 Así como en las Olimpiadas de Beijing se intentó hacer un llamado por los delitos humanos que ese país ha hecho y hace con el Tíbet (cosa que no nunca vi señalar en el en los medios de comunicación), con seguridad el racismo será un tema paralelo que intentará la denuncia desde la abundancia mediática en el Mundial y en las Olimpiadas de Río.
Será la población negra la que servirá  de motor para la construcción de toda la infraestructura para ambos eventos. El empleo bajará rotundamente, la pobreza y crecerá el bienestar social.
Sólo las Olimpiadas dejarán a la ciudad de las favelas más de 14 mil millones de dólares. Haciendo una odiosa comparación, con el ingreso petrolero de Venezuela en los últimos años se pudo, -en pasado- haber realizado unas 50 Olimpiadas y unos 30 mundiales de fútbol. Comparación que nos remite a la incógnita de la (in)capacidad de nuestra administración pública. En términos viscerales se podría definir como despilfarró y corrupción.
Con estos dos eventos y la infraestructura de los últimos quince años, Brasil despegó: adiós Brasil, que te vaya bien, te deseamos mucha suerte en el camino al desarrollo, en camino de la práctica aristotélica. Nosotros veremos por televisión, en nuestro propio carnaval, el de ocultarlo todo para que las apariencias nos engañen. Veremos qué pasa.

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