El ruido crece a mil motores por oído,
A mil autos por pie, todos mortales.
Los hombres corren detrás de sus voces
Pero las voces van a la deriva
Detrás de los taxis.
Más lejana que Tebas, Troya, Nínive
Y los fragmentos de sus sueños,
Caracas, ¿dónde estuvo?...
Eugenio Montejo
Después de la lluvia repentina del mediodía, fuimos caminando hasta el estadio Olímpico de la Universidad Central de Venezuela, UCV, allí el DT Noel “Chita” San Vicente estaba dando una “clínica” de fútbol para jóvenes no profesionales, tanto hombres como mujeres.
Junto con Daniel Albornoz, profesor de la escuela de Letras de la Universidad de Los Andes ULA, comentábamos la injustica deportiva que sufrió esa ciudad al dejarle un solo juego de la Copa América celebrada en Venezuela, precisamente el encuentro menos importante de todo torneo: el tercer puesto.
Sin muchos trámites llegamos hasta el césped donde un puñado de gente rodeaba al ex jugador y ahora técnico del Real Sport, uno de esos equipos fantasmas de nuestra liga, escuchaban con detenimiento algunas instrucciones y de lo que consistiría la jordana de aquella tarde sin sol y fresca.
El Olímpico, como todo estadio, es mucho más pequeño en la realidad que en la virtualidad de la televisión, sin embargo, las montañas al fondo y los edificios que se ven, dan la sensación de estar en medio una ciudad importante y bonita, todos los elementos de una postal, que postal al fin, reproduce una imagen que sólo existe dentro del marco gráfico.
Nos sentamos en el banco de suplentes y desde ese lugar miramos la práctica, se escuchaban los gritos de San Vicente y sus manos levantadas, a modo de regaño, a modo de indicaciones, que los jóvenes obedecían con disciplina.
La práctica, aburrida para quienes no forman parte de ella, nos motivó a abandonar el estadio y volver al Seminario de Políticas Editoriales que organizaba la Escuela de Letras de la UCV. Muy cerca de allí, en las afueras del estadio de beisbol, muchos toldos se preparaban para vender entradas, cerveza y suvenires, en una pasión equivalente al fútbol en otros lados.
La larga caminata nos llevaba a otras reflexiones, a manera de chiste, decía que cuando en Caracas llovía se parecía a Calcula, nada funcionaba bien, y desde ahí comenzamos a deshilachar la pobre calidad de vida de la capital venezolana, “se le salen las costuras” apuntó Albornoz.
Le dije que era la máxima expresión del tercer mundo, que es difícil que alguien tome como opción de visita a una ciudad que con sólo con caminarla, la sensación de inseguridad que se siente, provoca salir corriendo, a la lista le agregamos el mal estado de las calles, la multitud de gente en el metro, las largas hileras de carros, el irrespeto mutuo entre automóviles y peatones, el ruido de las bocinas, los vendedores ambulantes, la ausencia de policías en las calles, la basura acumulada; una vergüenza urbanística y cultural, y para colmo el centro del deterioro del país, que como es de pensar, se irradia como modelo a seguir. Una ciudad que convirtió el centro comercial en su lugar preferido de esparcimiento, es digna de una reflexión sociológica.
Caracas tiene aires a Calcuta[1], no por la cercanía fonética -como Paris, Texas[2]-, sino por la conexión social: la pobreza en todas sus representaciones, el coas y el desorden urbano, los valores ciudadanos, es La ciudad de la alegría (1985) de Dominique Lapierre[3], titulo cargado de un juego paródico e irónico, aunque tenga una lectura romántica y hollywoodense.
Parafraseando a Gonzalo Fragui en su poema Carta de Antonio Mora del poemario Palabra Prometida (1997): por allá, salvo el amor, la salud, la calles, el Ávila y el dinero, en Caracas/Calcuta, todo bien. Que nadie se sienta ofendido.Veremos qué pasa.
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