El fanático en el fútbol es un sujeto social que se auto incluye. Es capaz de decir “ganamos, perdimos”. Juega a la distancia, tiene alianzas invisibles con los otros sujetos deportivos que apenas conoce, que tal vez vio a la distancia o por la TV, pero es capaz de llevar la franela, remera, playera, camiseta, bufanda o cualquier atuendo que lo identifique con la facción con la que se siente identificado, generalmente de los equipos ganadores o al menos de los favoritos.
¿Qué es el fanatismo? ¿Qué es un fanático? ¿Cómo lo identificamos? ¿Cómo se moviliza en el fútbol? ¿Cómo podemos definirlos sin ser peyorativos?
Fanático y sentimiento sería la relación principal que podemos establecer, que por extensión es una relación entre la sociedad y la ideología; comparten valores. Viéndolo desde esa perspectiva, es un conjunto de la sociedad que se identifica con un pequeño grupo de sujetos que son líderes y protagonistas de una acción social.
Vamos a remitirlo al deporte, al fútbol en nuestro caso (y olvidarnos de los fanáticos políticos que obedecen a las mismas estructuras psicológicas, casi fascistas). El fanático es un apasionado, está enajenado por el acto lúdico, que no deja de ser una parodia de la rivalidad, de los enfrentamientos, de los engaños, de los héroes y de los vencidos. El fanático es parcializado, es decir, está lejos de toda verdad lógica, objetiva, centrada. Sus atavíos son escudos pintados y uniformes que representan ya no naciones, ni países, sino experiencias estéticas que se conectan con sujetos deportivos que son héroes temporales en la cultura moderna.
El fanático es nostálgico, ingenuo y esperanzado por naturaleza. Violento por historia. Irracional por convicción. Vanidoso como Ser, narciso, llama la atención en cualquier lugar, habla en voz alta y construye una imagen de soberbia e intransigencia. Nunca cede a sus ideas porque se considera portador de la verdad, de su verdad, la de su parcialidad. Nunca comprenderá una derrota, todos tendrán la culpa, menos sus ideas platónicas de la parcialidad que apoya, aunque no parezca, es un sujeto sin nacionalidad definida y como todo sujeto, el fanático necesita de un espacio que lo modele y lo revitalice. Lógicamente es la cancha su espacio natural, donde convergen fanáticos, hinchas, torcedores, tifosis. Sin embargo, el espacio especial son los Mundiales, allí, aparecerá una versión renovada, incorporará colores, idiomas, símbolos, objetos del deseo.
Sudáfrica es ese lugar hoy. Novedad para un Mundial, mezcla de estereotipos de cultural antigua y naturaleza salvaje encerrada en safaris. Lugar indicado para que un nuevo fanático tenga la posibilidad de insertarse a este universo de las pasiones: los colores de banderas y las caras pintadas, los uniformes oficiales deambulando por las calles. Una imagen frecuente: los aeropuertos atiborrados de visitantes que miran carteles y mapas, desorientados en el sur del continente africano. Se irá construyendo el espectáculo que la imagen de la televisión poco a poco irá develando, nutriendo y exprimiendo. Nada quedará fuera de los encuadres de los medios de comunicación.
En el resto del mundo también estarán los fanáticos: cruzando los dedos, pidiendo milagros, se olvidarán que es un juego, será un mes de sufrimientos, de banderitas en los carros, de ilusiones que se van y otras que se renuevan con el paso de los días, con eliminaciones y triunfos, hasta que el círculo se reduzca a dos. Luego a uno, el campeón. Veremos qué pasa.