La visibilidad de Sudáfrica gracias al Mundial de Fútbol hace que la película Invictus (Clint Eastwood, 2009) tenga pertinencia para conocer parte del pasado político-deportivo de ese país. Dejemos claro que si bien el tiempo es cíclico como lo pensaban los mayas, los momentos son únicos.
La historia del film es sencilla, predecible y heroica, basada en el libro de John Carlin de nombre Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game that Made a Nation, revive el triunfo como local de la selección nacional durante la Copa Mundial de Rugby de 1995 y cómo la relación, por un lado, entre Nelson Mandela (Morgan Freeman), Presidente en aquel momento, con un pasado político de casi tres décadas en prisión, y del otro lado, el jugador y capitán de la selección de Rugby François Pienaar (Matt Damon), referente deportivo de aquel país.
Partiendo que el Rugby es el deporte más seguido y popular en Sudáfrica, pocos apostaban a que ese equipo saliera campeón. Más allá de querer revivir glorias del pasado con la esperanza de repetirlas (véase el caso Maradona y Argentina), la tensión narrativa se centra en el interés desde el deporte de Mandela por llevar la armonía social del país, en una suerte de reconciliación necesaria, dejando de lado el pasado, su pasado, en especial y haciendo uso de eso que para nosotros es demagogia: primero el país antes que el Presidente. La historia deja explicito el interés del poder en acercarse al deporte como una vía de agraciarse con la sociedad, de elevar los rangos de popularidad, de establecer vínculos de entendimiento desde la diferencia.
Si miramos los grandes eventos deportivos, en el pasado reciente y lejano, no nos debe extrañar que en muchos casos los presidentes son estrellas centrales, es especial los militares, los fascistas y los populistas (¿toda la clase política?) Y tanta presencia del poder en algunos casos se pone en duda los resultados deportivos, en especial en los equipos locales.
Si agregamos los convenios comerciales, vemos cómo cada día, los triunfos deportivos son más blandos en su credibilidad. Ignoro si fue el caso de Sudáfrica y su Mundial de Rugby. En todo caso, queda relevante la presencia del poder y su influencia del éxito deportivo en la sociedad. Una vía de acceso a la opinión pública, desde la bondad y la falsa pureza e imparcialidad del evento deportivo.
La moraleja de la película podemos centrarla en la relación poder y deporte, como mecanismo mediador de los interés ideológicos. Desde el film, Mandela observa que con el deporte la sociedad se reunía de forma espontanea y de tolerancia racial y social. Comprendió que era un mecanismo de reconciliación. Evidencia la diferencia entre un premio Nobel el de la Paz y un líder político. El primero es un luchador social con conciencia plena de su responsabilidad, el segundo es un interesado en los objetivos electorales, partidistas y personales. La unión de los dos es casi una utopía, no por el premio de la paz, sino por la lucidez de conciencia social que debería tener todo político al momento de encarar sus responsabilidades. La reconciliación social es necesaria en toda sociedad, Mandela nos da su ejemplo, Invictus es una buena forma de acercamos a su ideología, de comprender al político en su intimidad, en su soledad, en sus miedos. Veremos qué pasa.
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