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Crónicas y series fotográficas de José Alexander Bustamante
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12.25.2011
La ciudad inclinada II, Oporto (2011)
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Los dragones, Oporto (2011)
12.24.2011
La ciudad inclinada, Oporto (2011)
12.23.2011
12.19.2011
Girona 175
Por José Alexander Bustamante-Molina
La lluvia del invierno austral nos obligó a estar reunidos por más de veinte horas en el desaparecido Hostel Oveja Negra de Santiago de Chile. Era el agosto de 2008, de un viaje que ya hemos relatado.
Aquel breve cautiverio no ayudó a comprender, primero, la estética de los espacios, porque todo lo conversado en la sala del Oveja Negra, ha sido una de las conversaciones más subversivas que jamás haya tenido. Segundo, problematizar al hombre desde la idea del orden que proponen e imponen los gobiernos, con el fin sublime de la felicidad social.
Aquella experiencia estética, se reveló otra vez, en otro sitio, con otros seres. Era el segundo piso de un antiguo edificio en el centro de Barcelona. El piso del medio. Tenía dos balcones, uno, el de sala, el otro, el de una habitación. Ambos daban a la calle Girona. Calle de poco transito, con el rumor de la gente conversando, de arboles altos, motocicletas estacionadas, algunas sillas y mesas que organizaban en la mañana y guardaban en la noche, era un sonido de metales que dos veces al día hacía las veces de un reloj. El clima era fresco, alrededor de los 20°C, ideal.
Dentro del piso, había otro mundo, otra forma no solo de ver la ciudad, España o Europa, sino de ver a Venezuela. Cinco venezolanos y una colombiana, que han hecho de la necesidad del espacio, un estilo de vida, de la compresión ante las relaciones humanas, de crítica y el entendimiento para vivir en armonía.
Como parte de esta política de las relaciones, los visitantes locales y foráneos, se pasean por el Girona 175, como resultado, entre varias categorías, era pensar en el país, ese que a la distancia se ve más con nostalgia que con alegría.
II
Venía de una estadía en Madrid en casa de Eliecer, hijo de un vecino de mis padres. Lleva más de tres años en España, es médico, cardiólogo, egresado de la ULA, digamos que le va muy bien. Pero esa será otra crónica.
Dos danieles, Patty, Nico y mi primo, el Dandy habitan el piso de Girona. Estudian, trabajan, viven el día a día de esta España y esta Europa de los escenarios de la eurozona y las consecuencias de la integración monetaria y la crisis financiera. Dos parejas y el Dandy, soltero temporal.
Sin embargo, aquel escenario era mucho más motivador para ellos que la idea del regreso. Tenían una habitación libre para los visitantes, a la que llamaré la habitación del “jardín de gente”, como la canción de Spinetta.
El piso de Girona tiene un largo pasillo, una amplia sala que se comunicaba al balcón que daba a la calle. Dos baños, uno con ducha, compartido, con varias entradas.
Es un orden cooperativo, democrático, en pequeña comunidad, haciendo de aquel espacio, un lugar sereno, amable, muy limpio y ordenado. Si partimos de la dificultad del vivir con otras personas en el mismo espacio, entendía que no era algo fácil, pero lo manejaban bien.
También largas horas de noches frescas fueron propicias para pensar, ya no la sociedad latinoamericana y sus fuerzas políticas, como en el Oveja Negra, ahora era Venezuela como el espacio de nuestro interés. De los profesionales venezolanos que optan por este extraño exilio, a la espera de condiciones, de un modelo de país más atractivo, no desde una fuerza política por otra, como muchos podrían imaginar, sino desde el país visto por las acciones de las fuerzas políticas que lo habitan, tan agotadas y agotadoras, sin un proyecto verosímil, una clase política de gobierno y oposición que se acercan más a la pena ajena que al prestigio que inviste ese rol en la sociedad, pensabamos más la idea de país como un estado para la convivencia. Y lo llamativo es la cantidad de venezolanos que cada vez optan por la salida. Por eso tienen al “jardín de gente”, para darle un espacio temporal a los que intentan hacer vida fuera del país.
III
Con el vino llegó el tema de las parejas. Esta comunidad de Girona tenía otro modo de la vida en pareja, alejado de las convenciones tradicionales. Le daban al azar una cuota importante para el devenir, la idea del “juntos” desde la experiencia diaria, que a fin de cuentas es la que enriquece o empobrece a toda relación. Eso sí, cada oveja con su pareja.
Lógicamente que cada quien, no solo tenía una perspectiva, sino cada uno asomaba la vida propia como ejemplo de lo que nos ha tocado vivir bajo ese estado: aciertos y desaciertos, encuentros y separaciones, amor y desamor, compañía y soledad, en pocas palabras, las dualidades del amor. Cuando la madrugaba asomaba, también llegaban confidencias, revelaciones y consejos.
Así se fueron las horas, entre anécdotas, risas y celebraciones, quizá uno de los encuentros más francos del último tiempo, con el Dandy y su hospitalidad, sus ganas porque conociera lo turístico y no tan turístico de Barcelona, como aquel museo de objetos y maquetas en miniaturas que un anciano catalán tenía en el sótano de un pequeño edificio, esa también será otra crónica. Veremos qué pasa.
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12.11.2011
El Pipas Bar de Barcelona
Por José Alexander Bustamante-Molina
Tocamos el timbre. La puerta se abrió sola. Se escuchaba un grupo de música y el murmuro de la gente. A la izquierda una luz amarilla iluminaba la barra de un bar casi vacía. A la derecha, un pasillo en penumbra, pero al instante se veía una sala, gente, y los músicos delicadamente iluminados. Era una banda de jazz en vivo, al finalizar cada canción, los aplausos llevaban la sala. Parecía una escena de Rayuela de Julio Cortázar.
Era casi la medianoche. Veníamos caminando por el laberinto del barrio Gótico, cuando sin darnos cuenta, entramos a la plaza Real, en Barcelona. El frío del otoño no llegaba aún, por lo que la gente además de prolongar la hora de dormir, andaba en ropa de verano, en especial las mujeres.
Gente de todo el mundo. Mujeres hermosas e indiferentes. Mi primo Cesar, un dandi conocedor de todos los rincones, tal ves como pocos, recordó que en uno de los pisos existía un bar. En el segundo piso: el Pipa Club.
De bar en bar, las horas pasaban.
El primo vivía en un segundo piso de un edificio en la calle Girona, a escasas cuadras de Barrio de Gracia, y casi vecino de La Sagrada Familia, la verdad, era todo un lujo, no por el edificio en sí, sino por la ubicación, en pleno centro de un lugar que definiría Roberto Boñalo en su cuento Buba: “la ciudad de la sensatez… la ciudad del resplandor, donde uno se siente bien consumo mismo”, esa es la definición más maravillosa que un escritor jamás haya escrito sobre Barcelona. Según el relato de Bolaño, así la llamaban sus habitantes desde hacía mucho tiempo.
En todo caso poco importa la autoría, a fin de cuentas podría resumir lugares comunes, pero para quien la haya visitado, ese lugar donde uno puede sentirse bien consigo mismo, puede existir en la calles de Barcelona.
El contraste entre la montaña y el mediterráneo, las calles con árboles, limpias, silenciosa, un aire de tranquilidad, eran las condiciones para caminarla y contemplarla. El lugar como uno quisiera que fuera una ciudad para vivir, como nos gustaría que fuera Mérida, esa Mérida de la Avenida Urdaneta, de los parques, limpia, segura[1].
Gente en bicicleta, en patines o patineta, respeto a los peatones, gente caminando a cualquier hora. Gente de todo tipo. Museos, tiendas de curiosidades, muchas librerías, en fin, una aglomeración cultural que ha conseguido un particular sentido de la armonía urbana, esa forma del catalán tan particular, que lo convierte en centro del debate territorial.
Serían días necesarios para sentirse bien conmigo mismo. Era la mitad de una travesía por tierra que me traía desde Oporto, pasando por Madrid. Me esperaba Granada, Sevilla y Lisboa. Veremos qué pasa.
[1] En Barcelona tuve una desagradable revelación: en verdad perdimos nivel de vida. Poco importa señalar culpables. Lo que preocupa, es cómo rescatar el espacio urbano. Las calles limpias, seguras y los espacios públicos como lugares de encuentro y no de embocadas.
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