Lo peor de la justicia, es la injusticia. Roberto Rosetti, es un claro ejemplo de este principio de contradicción. Tuvo la posibilidad de pasar a la historia del fútbol como el primer árbitro del mundo en utilizar una repetición de una jugada para hacer justicia deportiva, que al fin y al cabo es la labor de un árbitro. Dudó y prefirió ignorar la repetición, convirtiendo la victoria de Argentina, en un triunfo con una fuerte dosis de ilegitimidad. De seguro sería el fin final de su carrera, pero pasaría a la historia por abrir el debate y generar jurisprudencia a un tema que la ortodoxa FIFA se niega a hacer.
En medio de un Mundial que ha levantado su nivel, ese sábado de agonía para México, lo fue también para Inglaterra. En el segundo caso, los árbitros uruguayos no pudieron ver lo que sí pudo todo el estadio: dejaron a Inglaterra sin el empate y después continuó el festival de goles alemanes.
En el caso argentino, recordemos que están acostumbrados a jugar (y a veces ganar) con desplazamientos sublimes a lo ilegal: en Argentina 78, compraron un juego y Kempes detiene un gol holandés con la mano, en México, otra vez la mano pero para hacer un gol, en Sudáfrica, la primera anotación en fuera de juego (destacable la autosuficiencia de los jugadores argentinos, es la única selección que juega sin técnico).
En el caso de Inglaterra hay un antecedente que pertenece a otras dos selecciones: también en México 86 en el encuentro entre Brasil y España, Michel, aquel jugador de Real Madrid, hoy técnico de Getafe, vivió la misma experiencia: la pelota entro y salió. Al final los suramericanos ganaron el juego por la mínima diferencia.
La diferencia de este anecdotario respecto al papel del italiano Rosetti (pre-argentino) fue la repetición en el estadio como prueba de la irregularidad del gol, ante quizá la regla más extraña de este deporte, que intenta generar equilibrio entre los dos equipos, una visible muestra de la caballerosidad inglesa en el origen del fútbol. Los asistentes a los estadios, están censurado, no pueden ver las repeticiones. Toda censura intenta ocular una verdad.
Por otro lado, el kirsch nunca ha podido manifestarse mejor mediante todos los tatuajes que muestran los jugadores, una moda impresa en la piel, sospecho que es el resultado de otras tantas prohibiciones y censuras de FIFA: anillos, cadenas, pulseras, sarcillos, quitarse las franelas, mostrar mensajes. Lógicamente no deja de ser parte del kirsch del fútbol actual (basta ver la película mexicana Rudo y Cursi (Cuarón, 200) con Gael García Bernal y Diego Luna, de la que hablaremos en otra entrega).
El kirsch local se ve en dos facetas: los goles de harina Pan y las trasmisiones a centros comerciales o una plazas públicas de las televisoras caraqueñas al finalizar el encuentro, donde una masa de fanáticos se desagarran por los colores de otros países, una vergüenza a la identidad cultural. Veremos qué pasa.
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