Un kiosco de revistas y periódicos en Porlamar mostraba la imagen de Ibrahimovic celebrado el único gol que le otorgó el triunfo al Barcelona en el clásico del futbol español. Mientas eso sucedía en España, nosotros el día anterior contemplábamos el mar Caribe y la brisa nos acariciaba en el descubierto de uno de los barcos de Conferry, más cercano a una pieza de antigua de colección para algún museo marino que un servicio de transporte a uno de los lugares más hermosos del Caribe: la isla de Margarita.
Recordaba aquel equipo fantasma Pepeganga de Margarita, que jugaba en una cancha de futbol improvisada dentro de un estadio de beisbol, el mismo que ahora recibe a un equipo del beisbol venezolano. Ese mismo Pepeganga lo vi jugar como local en San Cristóbal en una Copa Libertadores frente al Mineros de Guayana de Ildemaro Fernández a comienzos de los noventa. Tuvo que trasladarse hasta la ciudad andina porque era el único estadio decente en aquella época para un torneo internacional.
Margarita no es propiamente Venezuela, es el Caribe, pertenece a esa extraña nación de islas de cultura tipo “manglar” como lo dijo en algún momento Benítez Rojo en su ensayo “La isla que se repite”. Es Venezuela porque políticamente pertenece a nuestro territorio de país, porque tienen documentos venezolanos, pero las nacionalidades no se remiten únicamente a documentos. Desde Guiria hasta la Florida, pasando por Trinidad y Tobago, Martinica, Puerto Rico, Islas Vírgenes, República Dominicana, Jamaica y la antilla mayor Cuba, entre una lista muy larga de nombres, todo el Caribe es un rosario de islas de todos los tamaños como las describe el historiador colombiano Germán Arciniegas y Margarita sobresale por su historia, su naturaleza y el particular carácter de su gente: amable, educada, hospitalaria y receptiva, no sólo a los turistas fugaces como nosotros, sino a todos quienes deseen convertir la isla en su hogar.
Si los andinos algún día se revelan como nación independiente, mínimo conquistarán Margarita, hay muchos andinos en la Isla, a cada rato, en cada lugar gente con 5, 10 y hasta 25 años de residencia en la nación del Caribe. Pero como todo en nuestro contradictorio país, el valor de su gente y el entorno natural casi siempre va acompañado con infraestructuras y servicios de calidad variada: de lo mejor a lo peor. Los terminales de los ferris y el trasporte público en la isla son una vergüenza, se acercan más al turismo de aventura que a servicios pagos (sin mencionar al detalle el pésimo servicio de Expresos Mérida que nos llevó a Puerto la Cruz).
El encanto de las playas, el desierto de la península de Macanao, lo colonial de Pampatar, la frescura de la Asunción, las amplias aceras del centro de Porlamar para caminar en libertad, cosas que nos hacen reflexionar cómo hemos perdido los espacios públicos en lo que los margariteños llaman “Tierra firme”, es decir el resto de Venezuela.
No dejaría de mencionar los versos de Juan de Castellanos recitados por los niños que abordan a los turistas en la Galera de Juan Griega, lo que sin duda debe ser uno de los atardeceres más hermosos y fascinantes del mundo.
Lógicamente está la otra Margarita, la de los casinos y centros comerciales, la de la zona libre, la que denomino “la cultura Sambil”, pero de esa, hay poca novedad.
La nuestra fue una visita fugaz, en medio del evento literario “El gesto de narrar” en homenaje a Julio Miranda, organizado por el Instituto de Investigaciones Literarias de la UCV, donde convergieron estudiantes, profesores, investigadores y editores de toda Venezuela y de algunos países de tierra firme, como Los Andes. De Pepeganga nadie se acuerda. Veremos qué pasa.
Recordaba aquel equipo fantasma Pepeganga de Margarita, que jugaba en una cancha de futbol improvisada dentro de un estadio de beisbol, el mismo que ahora recibe a un equipo del beisbol venezolano. Ese mismo Pepeganga lo vi jugar como local en San Cristóbal en una Copa Libertadores frente al Mineros de Guayana de Ildemaro Fernández a comienzos de los noventa. Tuvo que trasladarse hasta la ciudad andina porque era el único estadio decente en aquella época para un torneo internacional.
Margarita no es propiamente Venezuela, es el Caribe, pertenece a esa extraña nación de islas de cultura tipo “manglar” como lo dijo en algún momento Benítez Rojo en su ensayo “La isla que se repite”. Es Venezuela porque políticamente pertenece a nuestro territorio de país, porque tienen documentos venezolanos, pero las nacionalidades no se remiten únicamente a documentos. Desde Guiria hasta la Florida, pasando por Trinidad y Tobago, Martinica, Puerto Rico, Islas Vírgenes, República Dominicana, Jamaica y la antilla mayor Cuba, entre una lista muy larga de nombres, todo el Caribe es un rosario de islas de todos los tamaños como las describe el historiador colombiano Germán Arciniegas y Margarita sobresale por su historia, su naturaleza y el particular carácter de su gente: amable, educada, hospitalaria y receptiva, no sólo a los turistas fugaces como nosotros, sino a todos quienes deseen convertir la isla en su hogar.
Si los andinos algún día se revelan como nación independiente, mínimo conquistarán Margarita, hay muchos andinos en la Isla, a cada rato, en cada lugar gente con 5, 10 y hasta 25 años de residencia en la nación del Caribe. Pero como todo en nuestro contradictorio país, el valor de su gente y el entorno natural casi siempre va acompañado con infraestructuras y servicios de calidad variada: de lo mejor a lo peor. Los terminales de los ferris y el trasporte público en la isla son una vergüenza, se acercan más al turismo de aventura que a servicios pagos (sin mencionar al detalle el pésimo servicio de Expresos Mérida que nos llevó a Puerto la Cruz).
El encanto de las playas, el desierto de la península de Macanao, lo colonial de Pampatar, la frescura de la Asunción, las amplias aceras del centro de Porlamar para caminar en libertad, cosas que nos hacen reflexionar cómo hemos perdido los espacios públicos en lo que los margariteños llaman “Tierra firme”, es decir el resto de Venezuela.
No dejaría de mencionar los versos de Juan de Castellanos recitados por los niños que abordan a los turistas en la Galera de Juan Griega, lo que sin duda debe ser uno de los atardeceres más hermosos y fascinantes del mundo.
Lógicamente está la otra Margarita, la de los casinos y centros comerciales, la de la zona libre, la que denomino “la cultura Sambil”, pero de esa, hay poca novedad.
La nuestra fue una visita fugaz, en medio del evento literario “El gesto de narrar” en homenaje a Julio Miranda, organizado por el Instituto de Investigaciones Literarias de la UCV, donde convergieron estudiantes, profesores, investigadores y editores de toda Venezuela y de algunos países de tierra firme, como Los Andes. De Pepeganga nadie se acuerda. Veremos qué pasa.
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