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Crónicas y series fotográficas de José Alexander Bustamante

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1.03.2010

El grito de Copenhague


Cuando un partido de fútbol es suspendido, pensamos que cosas muy importantes y trascedentes están sucediendo a su alrededor. La lógica nos dice que con tantos intereses comerciales y la complejidad de los calendarios, la actividad deportiva intenta sobrellevar la adversidad hasta que algunas alarmas se encienden y deben tomar la difícil decisión de “suspender”.

El temporal de invierno en Europa obligó a la paralización de muchos encuentros de fútbol. Los puntuales vuelos y trenes europeos vivieron la perplejidad de la paralización. Como desde hacía mucho tiempo la nieve volvía a cubrir con su manto de felicidad mentirosa, en países como Rumania los muertos por congelación suman cifras importantes. La nieve y el frío volvieron después de varios inviernos de agradable frío. El invierno es un infierno.

Por los mismos días, en la impecable Copenhague, donde sólo viven un millón de daneses, se desarrollaba una mediática reunión. Dinamarca es recordada en el futbol por ser aquella que ganó como invitada la Eurocopa de Suecia de comienzo de los noventa y en la literatura, lógicamente por el príncipe Hamlet de Shakespeare.

En esa impecable ciudad, la burocracia política mundial se reunió para debatir el tema más importante de nuestra era: el medio ambiente. El resultado fue previsible cuando de políticos reunidos se trata: un desastre. Ni siquiera los Ministros de Ambiente de los países saben cuál es su verdadera función social. Una cumbre (nombre bondadoso para una reunión de este tipo, debería llamarse Circo o Averno) donde sólo hubo prensa, polémicas y señalamientos.

Viendo aquella función, que servía más de comida para los medios de comunicación que para el ambiente, me preguntaba qué hace Venezuela por el tema: nada. Después de varios días, lo sigo pensando y la respuesta es casi nada. Me detendría en la política de Parques Nacionales, digan de ejemplo y poco más. Venezuela cuenta con muchos parques nacionales, zonas verdes que estarán protegidas por siempre de la mano depredadora del desarrollado descontrolado.

Mientras los países industrializados contaminan hacia el cielo, el resto contamina hacia abajo; a la tierra, a los ríos. Leonardo Boff, el teólogo brasileño, distinguido por ser uno de los impulsadores de la Teología de la Liberación publicó un célebre libo: “ECOLOGIA, grito de la tierra, grito de los pobres”, su tesis se sustenta en que el mundo será ecológico en la medida en que la pobreza disminuya, y la pobreza disminuye con una política ecológica: sin aguas negras, con agua potable, con parques naturales, con control en el uso de fertilizantes para la agricultura, reciclaje de desecho salidos, donde no ensuciemos las calles, donde se controle el monóxido de carbono que expulsan los carros, entre una lista no muy larga de eso que conocemos como Bienestar Social.

Venezuela como país no tiene ninguna moral de señalamiento ambiental. Todo lo contrario, debe ser uno de los lugares con más acusaciones: ríos contaminados, incluyendo el Orinoco y el Caroní. Agricultura descontrolada en el uso de químicos que van a la tierra y luego a las aguas, proliferación minera y petrolera, basta ver el documental “El bosque silencioso”. Por ejemplo, la plantas termoeléctricas que se supone solucionaran el desastre energético que tenemos, se traducen en más contaminación. Todo esto sin entrar en detalle sobre los desechos sólidos, no existe ninguna política de reciclaje.

Algo más decía Boff en su libro: el capitalismo liberó los sueños y privatizó la vida, el comunismo privatizó los sueños y liberó la vida. Era el preámbulo a la tercera vía, la de la ecología, la que no se ha comprendido a plenitud mientras exista el petróleo y nos vedan la industria y el consumo como Bienestar. En la medida en que le petróleo sea el sustento del mundo, no podemos hablar de ecología, sino del grito de la tierra, el de nosotros. Veremos qué pasa.

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