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Crónicas y series fotográficas de José Alexander Bustamante

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1.08.2011

El hombre que camina

                                                                                                                                  
                                                                                                                             A Don Luis Caraballo

Era el último autobús que la chalana pasaría al otro lado del río Orinoco, al rancherío de Cabrutas en el estado Guárico, en todo el centro de Venezuela. Venía de Yarikajé, selva adentro, una experiencia de vida única en compañía del Hermano José María Korta y una docena de soñadores, era un proyecto de formación social para formar voluntarios que se insertarían en proyectos comunitarios.

            El retorno lo hice al lado del cineasta chileno Pablo de la Barra, quien producía un documental de aquella experiencia comunitaria, yo era su productor de campo. Para los ojos de la gente éramos dos personajes raros, inofensivos. La gente esperaba con paciencia el paso para viajar toda la noche hasta Caracas. De la Barra conversaba amorosamente con una joven que acompañaba su hermosura con un mono que la sujetaba a la altura de su vientre. De lejos se pensaría que era un recién nacido. Esa es una imagen que tengo siempre en mi mente.
            Una semana después de la llegada a Caracas, Pablo de la Barra me llamó para que fuese su asistente durante un día cubriendo una noticia que era fuente de opinión mediática para la época. De la Barra producía unitarios para RCTV y además era un productor y corresponsal de APTV. Estaba conectado con el mundo mediático y la puesta en libertad de Carlos Andrés Pérez, CAP, no pasaba por alto, fuimos con prisa a la oficina de la avecinada Libertador de CAP, el bullicio mediático era exagerado, había decenas de personas, algunas personalidades y mucha prensa. A lo lejos se veía la calva que lo caracterizó desde joven, hablaba del país, de que habían cometido una injusticia con él, la investidura de poder aún la conservaba pero estaba en grave deterioro, con cierta nostalgia se le notaba que no tenía tanto poder, y en su cara, creo hasta su muerte, tuvo esa expresión de nostalgia por el poder.

Aquella mañana era la segunda vez que lo veía. Antes, en Mérida, en la previa de las elecciones de 1988, en uno de esos actos populistas, tradicionales y necesarios fue la primera vez que lo vi. Recuerdo que su contrincante era Eduardo Fernández, un conservador que prometía como político, pero nunca pudo superar aquella derrota que le propinó CAP, una paliza.
También fue una mañana, en un sector de clase trabajadora, de profesionales, de gente trabajadora en general y de algunos delincuentes. Lo vi pasar en una camioneta Wagoneer color crema, iba en la parte de atrás conversando con alguien, llevaba el vidrio abajo y con una mano que sostenía en la ventana, iba saludando con indiferencia, de igual modo nos saludamos. 

          
   Entre el ascenso y el ocaso al poder, entre otras cosas, el segundo gobierno de CAP se enfrentó a la transformación de los medios de comunicación, comenzaba la noticia en “vivo”, el reino de la imagen tocaba la costa, no había nada que hacer, se coronarán en la vida del hombre,  las estructuras de la comunicación en el mundo que se cruzaron de forma simbiótica y se potenciaron a terrenos desconocidos que cada día nos sorprende. Un chispazo divino; primero la televisión por suscripción, la esperada llegada de las FM y el sonido digital, la aparición del CD, la telefonía celular, Maradona, el futbol italiano y el español por VTV. Walter Martínez era la imagen publicitaria de Colgate-Palmolive (“en dientes duros no entran caries”), todo era caldo de cultivo para el florecimiento de la Internet.
           

 Cambio de época y época de cambio. El hombre que caminaba fue en su momento el político más importante de Venezuela y buena parte del mundo: amigo de Cisneros, Felipe González y Fidel Castro, este último, fue la vedette en la segunda toma de gobierno hecha en el Teatro “Teresa Carreño”.
Lo que años más tarde tildarían de populismo y corrupción, en su presente fue progreso, inclusión y democracia. Somos una sociedad de la idea de La isla que se repite de Antonio Benítez Rojo: creemos en la promesa que se ofrece y luego nunca se cumple. Y la ceguera y el poder de la incandescencia del presente no nos dejan ver al lobo. Somos una sociedad que juega a la seducción de la promesa política, y siempre juega, y siempre pierde. Solo creemos en el lobo cuando lo vemos partir de vuelta, después que nos ha atacado, nunca cuando se aproxima. Ahí viene el lobo otra vez. Veremos qué pasa.


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